“De todos los fenómenos que nos impiden pensar, el primero es la distracción”. Así comienza Distraídos, el primer libro del belga Thibaut Deleval, doctor en Derecho, publicado recientemente. Su foco es justamente repasar los obstáculos permanentes, cotidianos, culturales que impiden la actividad del pensamiento u obturan sus requisitos: tiempo y concentración.A poco de comenzar su repaso, se cruza con la llamada “economía de la atención”, a la que también podríamos definir como “economía de la distracción”: los entornos digitales, con sus redes sociales, sus correos y mensajerías instantáneas, sus pequeños estímulos, interrupciones y notificaciones han desarrollado –smartphone mediante– un ecosistema económico cultural orientado a “monetizar” esa atención fragmentada. Verdaderas armas de distracción masiva, como escribió el destacado analista de marketing y profesor de NYU Scott Galloway.Si Shoshana Zuboff puso énfasis en el “capitalismo de vigilancia” y las consecuencias del exceso y tráfico de datos e información personal, nuevas miradas prefieren enfocarse en las distorsiones que derivan del uso y manipulación del tiempo, ese bien escaso e incontenible.El producto final, diríamos, no somos las personas sino más concretamente nuestro tiempo. La elocuente onomatopeya de la aplicación TikTok, sus adictivos videos cortos y su algoritmo de alta eficacia parecen, en este 2022, su mejor síntesis: mientras la mayoría de las empresas de tecnología sufren caídas bursátiles o agotamiento de estrategia (de Netflix a Zoom o Uber), esa app de capitales chinos sigue siendo la más descargada y una de las cinco más populares del mundo.Tim Wu, actual asesor de la administración Biden, lo describió en su libro retrospectivo Comerciantes de atención con bastante claridad: la tapa de su edición original estaba ilustrada con un anzuelo. La captura de atención y la guerra por las distracciones atraviesa desde las maratones de series de prestigio a las coreografías absurdas, los memes simpáticos y la información de alto valor familiar.Un artículo reciente lo expresa en su título de forma elocuente: “Por qué los últimos 10 años han sido excepcionalmente estúpidos”, se pregunta Jonathan Haidt.Más allá de desmenuzar las causas, Haidt logra establecer un punto de inflexión. 2011, sostiene, fue el punto máximo del optimismo tecnodemocrático de la primera época de Internet con la Primavera Árabe y Occupy Wall Street como parte de un uso social y político de las redes. Pero para esa misma época, entre 2009 y 2012, las mismas redes probaron y popularizaron los botones de “Me gusta” y “Compartir” y cambios que abrían la puerta a los algoritmos que favorecían la viralización a través de contenidos polarizados y emocionales.Somos las personas, no ya las redes ni las marcas comerciales patrocinantes, ni siquiera los llamados “influencers”, los que nos hemos convertido en un ejército zombie de cazadores de adhesión.Los intentos de las redes sociales por maximizar su papel, con Mark Zuckerberg a la cabeza, se volcaron a una carrera alocada basada, precisa Haidt, en una visión ingenua de la psicología humana, poca comprensión de su complejidad y una subestimación de sus efectos.Justamente, en esa época, ya el libro pionero Superficiales. Qué está haciendo internet con nuestras mentes (2010), best seller de Nicholas Carr, ponía el foco en las características adaptativas, a nivel especie, a un entorno de información inmediata e ilimitada. El desplazamiento de una cantidad de operaciones mentales a “máquinas” (perdón el sesgo mecanicista) anticipa el tópico actual aunque no tanto sus efectos. También a comienzos de la década pasada llegó la omnipresencia de los dispositivos móviles tras el revolucionario lanzamiento del iPhone.Las recientes estadísticas de salud mental alertan, en los Estados Unidos, sobre alarmantes cifras de ansiedad, desesperanza y angustia crecientes. Especialmente en jóvenes, los más expuestos a estos fenómenos.Cuando se profundiza en las causas se advierte también la misma alteración de la relación con el tiempo que inquieta a Deleval. Necesidad de respuestas y aprobación inmediatas. Dependencia de la aprobación externa. Y más allá de las redes sociales y el llamado clickbait: ¿Qué nos pasa cuando al alcance de un click en Google encontramos de manera inmediata cualquier consulta práctica o profunda? ¿No habremos subestimado también el efecto de semejante maquinaria informativa?La instantaneidad es la regla, las esperas se convierten en desesperantes excepciones: un colectivo, trastorno de ansiedad reflejado en la ruedita que gira mientras los dispositivos realizan alguna operación que lleva tiempo…Ernesto MartelliConforme a los criterios deConocé The Trust Project