NUEVA YORKLa semana pasada no despejó la bruma sobre la guerra en Ucrania: la significativa fecha del 9 de mayo, que conmemora la victoria soviética sobre la Alemania nazi, llegó y pasó sin que Rusia cambiara su estrategia bélica.Putin presenció el desfile militar y pasó revista a los misiles balísticos intercontinentales, pero no hizo ninguna declaración de fingida victoria ni anunció una escalada que ponga en pie de guerra a la nación, con reclutamientos masivos. Así que los planes de Rusia parecen seguir siendo los mismos, o sea una guerra de desgaste en el sur y este de Ucrania, abandonando básicamente su pretensión de un cambio de gobierno, para enfocarse en conservar territorio que eventualmente pueda anexarse a la Federación Rusa.Desde la perspectiva de Estados Unidos, es una especie de reivindicación estratégica. A pesar de las fanfarronadas sobre su papel en el abatimiento de objetivos rusos, Estados Unidos ha aumentado su ayuda a Ucrania –incluido un paquete de 40.000 millones de dólares que con certeza aprobará el Senado esta semana– sin provocar una escalada temeraria de Rusia como respuesta. La televisión estatal rusa hace redoblar los tambores diciendo que una guerra subsidiaria alentaría a Moscú ha subir un escalón hacia una conflagración bélica más extendida, pero hasta ahora ningún funcionario del Kremlin ha dicho nada parecido.Ese éxito norteamericano, sin embargo, entraña nuevos dilemas estratégicos. Sobre los próximos seis meses de guerra se ciernen dos escenarios. En el primero, Rusia y Ucrania hacen avances y retrocesos territoriales en pequeñas cuotas, y la guerra se enfría gradualmente hasta convertirse en un “conflicto congelado”. En esas circunstancias, cualquier acuerdo de paz duradero implicaría concederle a Rusia el control de algún territorio conquistado en Crimea y el Donbass. Pero Moscú se llevaría una clara recompensa por su agresión, más allá de lo que Rusia haya perdido en el curso de la invasión. Y dependiendo de cuánto territorio tuviera que ceder, Ucrania quedaría mutilada y debilitada, a pesar de su éxito militar.Así que ese acuerdo tal vez sea inaceptable para Kiev, Washington o para ambos gobiernos. Pero la alternativa –una situación estanca permanente y siempre a punto de volver a una guerra de bajo grado–, también dejaría a Ucrania mutilada y debilitada, dependiente de las remesas de dinero y equipo militar occidentales, incapaz de dedicarse con tranquilidad a la reconstrucción del país.De hecho, el consenso pro Ucrania en Estados Unidos ya se está fracturando por la magnitud de los envíos, así que no es seguro que a los gobiernos de Biden o de Zelensky les convenga apostar a largo plazo a una estrategia de conflicto congelado, que en menos de dos años podría necesitar el respaldo de un gobierno Donald Trump.Hay otro escenario, sin embargo, donde ese dilema se diluye un poco y el estancamiento se rompe en favor de Ucrania. Es un futuro que según el ejército ucraniano está al alcance de la mano, donde con ayuda militar pueden escalar sus modestas contraofensivas y hacer retroceder a los rusos, no solo a las líneas anteriores a la guerra, sino incluso totalmente fuera del territorio ucraniano.Un ataque ruso con misilesAgencia AFP – Russian Defence MinistryEse es claramente el futuro al que Estados Unidos debería aspirar, con una salvedad importante: que también es el futuro donde una escalada nuclear rusa se vuelve más plausible. Sabemos que la doctrina militar rusa prevé el uso de armas nucleares tácticas defensivamente, para cambiar el rumbo de una guerra perdida. Y debemos suponer que Putin y su círculo consideran la derrota total en Ucrania como un escenario que amenaza su régimen. Sumado todo eso, nos queda un mundo donde los rusos repentinamente son derrotados, y sus conquistas territoriales se evaporan, y el resultado es la situación militar nuclear más sombría desde el bloqueo naval de Estados Unidos a Cuba en 1962.Es un dilema que me atormenta desde que me tocó moderar un panel en la Universidad Católica de Estados Unidos con tres pensadores de política exterior de centroderecha: Elbridge Colby, Rebeccah Heinrichs y Jakub Grygiel. Sobre las virtudes del apoyo a Ucrania hasta ahora, no hubo fisuras. Sí las hubo sobre el final de la guerra y el peligro nuclear. Grygiel recalcó la importancia de que Ucrania recupere territorio en el este y a lo largo del Mar Negro para ser relativamente autosuficiente en el futuro. Pero Heinrichs y Colby, en papeles de halcón y paloma, discutieron sobre cuál debería ser la postura estadounidense en caso de que los rápidos avances ucranianos sean contrarrestados con un ataque nuclear táctico de Rusia.No es la pregunta inmediata, y solo será un problema si Ucrania empieza a obtener victorias relevantes. Pero como Estados Unidos está armando a los ucranianos en una escala que parece tener la intención de posibilitar una contraofensiva, espero que en los niveles más altos del gobierno estén manteniendo una versión real del tire y afloje de Colby-Heinrich. Sobre todo, antes de que el tema que pase a ser un problema de supervivencia global.Ross DouthatThe New York TimesTemasEl MundoNota de OpinionConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Nota de OpinionTufillo posimperialista en la Cumbre de Los ÁngelesTensión oficialista. Un test de gobernabilidad para Alberto FernándezAnálisis. 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