No es apto para solemnes. Ni para quienes detestan los cruces entre géneros literarios. Ni, sospecho, para los que solo conciben al presente y a la historia desde las trincheras de eso dado en llamar “grieta”.Me refiero a San Martillo, libro de Ral Veroni que es tan rara avis como su autor y el proyecto cultural, artístico y editorial que viene impulsando desde hace años.Hace unas semanas asistí a la presentación de esta obra, en una sala de Museo del Libro y de la Lengua. Junto a Veroni estaba María del Carmen Rodríguez, docente, alguna vez integrante del ya mítico grupo Grafein (ese núcleo del que nacieron casi todos los talleres de escritura que hoy son legión), poeta, traductora de la obra de Alain Badiou. Por sobre todo, una de esas personas en las que bondad y erudición se hacen una y se propagan, iluminan, irradian sin cálculo. Rara, rarísima avis.San Martillo. Témpera sobre reproducción de 1950. Ral Veroni, 2021GentilezaSan Martillo es un libro de poemas y también un libro de historia. O un libro de historia hecho poemas. O un abordaje a cierta no-historia de cierto lugar al que podría denominarse País Platino, habitado por próceres y hombres del poder llamados Alveolo, Artilugio, Ojiga, San Martillo… muy similares pero no exactamente los mismos que los que ocupan el panteón de la historia local. Con versos libres y un gusto por lo lúdico que hace pensar en los niños, Ral Veroni desgrana sucesos de un siglo XIX y parte del XX que son y no son los de este país… pero se les parecen.Durante la presentación del libro, Ral y Maricarmen –a los dos les gusta reírse como chicos y los dos son notablemente eruditos– están caracterizados: él es San Martillo y ella porta una máscara-gorro frigio realizada y fileteada por la artista Mila. Leen poemas, los comentan, dialogan, improvisan, incluso –porque cuando la gente se deja llevar por las aguas de lo imprevisto pasan estas cosas– cantan a dúo una canción de Manal. Se ríen y hacen reír; se nota que aman la palabra y los juegos infinitos que permite inaugurar.Pocos días después me volví a encontrar con ambos, esta vez en la Galería Mar Dulce, donde se exhibe una muestra del Teatrito Rioplatense de Entidades, proyecto impulsado por Veroni que nuclea a artistas, escritores y usuarios de redes sociales guiados por una máxima (otra vez, piedra libre al juego y al humor): “Nuestra intención es demostrar que el Cosmos es rioplatense aunque el Mundo no se percate de esto. Y nuestra actividad está dirigida a levantar justamente el pesado velo que oculta esta platinidad ante los brumosos ojos del Orbe”. Gustavo Ibarra, Roberto Cubillas, Ieie y Franco Milonga, Carlos Bernabei, Mila, son algunos de los artistas que participan de una muestra estrechamente ligada a la publicación de San Martillo, y donde el pulso contemporáneo y pop se da la mano con el fileteado, la pintura al óleo, el arte textil, la gráfica.“Repoetizar lo politizado”: ése es el gran objetivo, aseguran los integrantes del Teatrito entre un despliegue de soldaditos de plomo intervenidos, alguna que otra recreación del cruce de los Andes y mucha imaginería e iconografía criolla pasada por el tamiz de las paradojas. Porque tanto en la muestra como en el libro de Veroni hay irreverencia pero también un latido amoroso para con el lugar donde se nació; hay tanta iconoclasia como respeto (o espanto) por el hilo trágico con que tantas veces se enhebra la historia. Y hay juego, mucho juego, con un ancla lanzada hacia lo profundo del conocimiento.Los poemas de San Martillo, que despiertan sonrisas a cada verso, terminan dejando un inesperado poso amargo. Porque no eluden ni la muerte, ni la debacle, ni eso que ocurre cuando las tramas del poder arman encerronas, pareciera, inevitables. Todo el tiempo parecen querer decirnos que la liviandad, la risa y el gusto por vivir, aun en medio de la catástrofe, son cosas muy, pero muy serias.Diana Fernández IrustaConforme a los criterios deConocé The Trust Project