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Tony Finau: los humildes orígenes de un golfista que cumplió el sueño de ganar en el PGA Tour

Quien llega al PGA Tour alcanza la meca del golf. Se introduce en un círculo de golfistas privilegiados, donde abunda el talento y los millonarios premios en dólares. En ese salto increíble a la elite, aparecen historias de vida llenas de esfuerzo. Tony Finau, ganador de los dos últimos torneos en Minnesota y Detroit, encarna el milagro de un humilde chico de sangre samoana-tongana, cuyos padres se radicaron en Utah y que durante un tiempo largo tuvieron que contar las monedas para acompañarlo en este deporte.Dos sábados atrás, Finau tomó una decisión controvertida mientras disputaba el 3M Open, que hasta podría juzgarse de una actitud no profesional. La tercera vuelta estuvo frenada durante seis horas por peligro de tormenta y el norteamericano se fue a pescar con su mujer y sus cinco hijos a la zona aledaña de la casa que habían alquilado junto al hoyo 10 de la cancha del torneo. “Mi papá me enseñó que cuando estoy fuera del campo y me quedo con mi familia, debo olvidarme del golf. Si lo permitís, este deporte puede empezar a comerte la cabeza y consumirte. Soy esposo, soy padre, soy su amigo y trato de pasarla bien con ellos, por eso fuimos a pescar aquel sábado”, relató. Finalmente, esa manera de despejar su mente fue fundamental, porque al día siguiente brilló y terminó superando a Scott Piercy –el líder que se derrumbó- y al chaqueño Emiliano Grillo, finalmente segundo.Hace apenas dos días volvió a celebrar y ratificó que a sus 32 años se convirtió en un mejor jugador: mucho más consistente en el juego y en el aspecto mental. “Ganar en el PGA Tour no es habitual, porque están los mejores jugadores del mundo. No importa qué torneo ganes, siempre es difícil. Y hacerlo delante de mis hijos significa todo”, se emocionó Finau, que el sábado por la noche recibió la inesperada llegada a Detroit de su esposa Alayna. Cuando el golfista volvió a su hotel, abrió la puerta de la habitación y se sorprendió al verla dentro con una cámara en mano mientras filmaba su entrada. Y al momento de la consagración, el matrimonio se abrazó en las cercanías del green del hoyo 18, con lo que animaron la escena más emotiva de este último fin de semana en el golf.A nadie le sorprendería que Finau gane su primer major en los próximos años. Después de una victoria aislada en el Puerto Rico Open de 2016, dejó pasar muchas chances de triunfar de nuevo en el PGA Tour: fueron 39 ubicaciones en el top ten sin poder sellar una segunda victoria. Hasta que en agosto del año pasado, 1975 días después, dio un golpe importante al adjudicarse el Northern Trust, la primera estación de la FedEx Cup. Ahora, la vigencia de este golfista de tez morena se renueva con su tercer y cuarto triunfos entre los mejores en apenas dos semanas, que le reportaron un total de 2.700.000 dólares. Pero lo más importante: es una reivindicación tras haber desandado un camino tortuoso que dejó cicatrices: las penurias de sus padres en pos de ayudarlo y esa repetida sensación de un futuro deportivo que parecía completamente a la deriva.Una historia desde muy abajoEl mentor del éxito de Finau es su padre Kelepi, que a los 12 años emigró a los Estados Unidos a mediados de la década del ‘60, dejando atrás la sencilla vida isleña de Tonga, con una población de 105.000 habitantes, sus chozas de paja, amplias playas y caminos de coral. Pasó su adolescencia en Inglewood, California, cortando el césped con su papá después de la escuela y los fines de semana para ayudar a pagar las cuentas. A los 23 años, Kelepi conoció a su esposa, Ravena, y se mudó a Utah para criar a su familia. Ganaba 35.000 dólares al año trabajando en turnos de noche para Delta Airlines, donde preparaba fletes, gestionaba solicitudes de servicio al cliente y realizaba reservas. Tony nació en septiembre de 1989 y Gipper lo siguió once meses después. Con dos hermanos nacidos tan juntos, estaban destinados a ser inseparables. En el hospital, Ravena le dijo a su esposo: “Estos dos van a ser tu proyecto”.Los chicos se criaron en Rose Park, cerca del centro de Salt Lake City, un lugar infestado de pandillas. La mayoría de los polinesios de esa zona conflictiva jugaban al fútbol, aunque Gipper, que entonces tenía 5 años, comenzó a ver golf los sábados y persuadió a su madre para que le preguntara a su padre si podía probarse en este deporte. Pero Kelepi quedó desconcertado: le respondió que nunca había hecho un swing con un palo y que no sabía nada sobre el juego. Atinó entonces a llevar a los dos chicos varias cuadras hasta el final de la calle, en donde había un campo Par 3. Al llegar a aquella pequeña cancha -de nombre Jordan River-, estudió a los golfistas y le preguntó al encargado de la tienda de golf sobre los precios. Rápidamente, supo que los cálculos no le daban: 7,50 dólares por cada balde de pelotas, pero además necesitaban cientos de bolas para perfeccionar las habilidades de sus hijos, palos y el pago de los green fees… todo multiplicado por dos. Tony Finau junto con su esposa Alayna y sus cinco hijos, poco después de ganar el 3M Open en Minnesota, dos domingos atrás (Stacy Revere/)No había manera de afrontar esos gastos, así que Kelepi pasó por el Ejército de Salvación local y compró un hierro 6 por 75 centavos, un putter por 1 dólar y una bolsita de pelotas por 50 centavos. En una librería revisó revistas, videos y libros de golf sobre el swing, ninguno más influyente que “Golf My Way” de Jack Nicklaus. Y en pos de ofrecerles una práctica activa a Tony y Gipper, imaginó que sería bueno que aprovecharan el sector libre del campo de Jordan River, con lo que encaminó a sus hijos al área de juego corto, donde pasaron horas haciendo chip y putt. Incluso, Kelepi terminó construyendo su propio campo de práctica en el garaje de la familia e improvisó una zona de tiro con una red de nylon. Detrás de la red había un colchón salpicado de pintura en aerosol: eran objetivos para golpear desde aproximadamente un metro y medio de distancia, para que pudieran trabajar en su trayectoria. Solo faltaba un detalle, así que compró una videocámara barata y grabó sus swings. Cuando los chicos se acostaban, él revisaba las imágenes y comparaba los movimientos con lo que había observado en las revistas, videos y libros, en un aprendizaje que también pasaba a ser personal.La sistemática rutina de Tony y Glipper se dividía en tres: práctica en la zona de juego corto en aquel campito municipal, ensayos de cuatro horas cada noche en el garaje después de la escuela -incluso durante los inviernos gélidos- y luego, una vez a la semana, la descarga de un balde de pelotas para ver cómo surcaban el aire. No pudieron probarse en un trazado de tamaño reglamentario hasta que alcanzaron el par en Jordan River. Habiendo aprendido el juego desde el green hasta el tee, como indicaba Nicklaus en su libro, Tony no golpeó con un driver hasta los 9 años.Después de esa sesuda serie de entrenamientos, Kelepi inscribió a Gipper, entonces de 6 años, en su primer torneo local, donde terminó tercero. Cuatro certámenes después, ganó en la división de menores de 10 años. Mientras tanto, Tony no se tomó el juego en serio hasta mayo de 1997, un mes después de la victoria de Tiger Woods en el Masters. Inspirado por la irrupción de la Tigermanía, y envidioso del éxito instantáneo de su hermano, comenzó a pasar más tiempo en el campo, aunque solo fuera para mantener el ritmo. “Su hermano pequeño era tan bueno que hizo que Tony fuera mejor en todo. Logró que todo pareciera muy fácil”, contó Kelepi, en una nota que brindó a Golf Channel en 2016.Tony Finau felicita a Tiger Woods por su triunfo en el Masters 2019 en el green del 18; el californiano fue su inspiración desde muy chico (Andrew Redington/)Unos años más tarde, Mark Whetzel, director del Thanksgiving Point Golf Club, el campo mejor calificado del estado de Utah, escuchó sobre los muchachos de Finau durante una clase. Y no necesitó mucho tiempo para reconocer el fantástico potencial de ambos en persona. “Gipper era el famoso a nivel local; no había duda de que tenía un talento impresionante. Y Tony era un atleta increíble que apenas estaba comenzando a perfeccionar sus habilidades”. Sin embargo, notaba una diferencia en la contracción a las prácticas: “Cuando trabajaba con Gip, él me escuchaba, pero era casi como si no estuviera prestando atención. En cambio, Tony era una esponja porque absorbía todo lo que le decía. Realmente era un estudioso del juego y del swing de golf”. Asimismo, Whetzel entendió la angustiante situación de la familia: no podían pagar un entrenador, pelotas de práctica o cuotas de membresía. Pero aun así les ofreció un lugar para jugar, así como equipo, ropa y un espacio en el campo de prácticas. “Fue una labor de amor”, confesó.Los Finau dominaron el circuito de golf junior de Utah durante los años siguientes, pero el perfil de Tony comenzó a elevarse a nivel nacional en el torneo Junior World de 2002 en Torrey Pines, donde ganó la división de 11-12 años. En poco tiempo, fue uno de los proyectos mejor calificados de su categoría, con lo que ganó lugares en prestigiosos torneos por invitación, campeonatos nacionales y competencias internacionales por equipos.El trabajo de Kelepi con Delta permitía a la familia volar libremente, pero el dinero seguía siendo escaso, especialmente en un hogar con siete hijos. Hubo una anécdota que el propio Finau contó en un tuit animado y posteado por el PGA Tour: a los 14 años fue acompañado por su madre a un certamen de la Serie Junior de la PGA en Milwaukee, con el objetivo de clasificarse para el equipo junior de la Copa Ryder. Después de la primera ronda de 69 golpes quedó como líder, y por la noche fue invitado con su madre para cenar en un restaurant chino, donde estarían los otros jóvenes aspirantes junto con sus familias. Ravena desistió de la invitación, mientras que Tony comió aquella noche todo lo que estuviera a su alcance, un hambre voraz que llamó la atención a los otros comensales. Los otros padres le pagaron la comida y, cuando regresó al hotel, se encontró con su madre llorando y con un puñado de monedas en una mano. Ella le confesó que no había ido a la comida no porque no quisiera, sino porque no tenía cómo pagarla. Y Tony le respondió que no se preocupara, que todo ese esfuerzo valdría la pena. Más de una vez, en otros torneos, tuvieron que dormir en el auto para abaratar costos.La evolución de Tony fue imparable. Era la envidia de varios programas universitarios importantes y recibía ofertas de Southern California, Stanford y Oregon. A la hora de elegir, redujo su lista a la Universidad de Nevada y la Brigham Young University. Pero en 2007, un hombre de negocios se acercó a la familia y se ofreció a pagar 50.000 dólares por cada uno para la entrada de los dos adolescentes al Ultimate Game, una exhibición hecha para televisión en Las Vegas con 2 millones en premios para el ganador. Tony compitió en la mañana de su graduación de la escuela secundaria y llegó a la final de doce jugadores, lo que le permitió embolsar lo suficiente para pagarle a su patrocinador y dar un impulso a su carrera con 100.000 dólares en el bolsillo. Paradójicamente, Scott Piercy, a quien le arrebató el título en Minnesota, fue el que se llevó el premio de 2 millones de dólares.Entonces, a los 17 años, ya no habría vuelta atrás. “Sentí que estaba listo para asumir eso”, dijo, en referencia a dejar de lado una formación universitaria. “Fue intrigante para mí en ese momento. Aunque no sé si estaría donde estoy hoy si no hubiera tomado esa decisión de rechazar la carrera en una facultad. Muchas veces, la universidad puede distraerte. Estaba listo para poner toda mi atención en el golf”, comentó Finau. Whetzel apuntó: “El papá de Tony puso todas los huevos en una sola canasta, porque sabía que tenían potencial y la oportunidad de ayudar a la familia. El sacrificio que hizo es que no pasó tanto tiempo con sus otros cinco hijos. Y todos ellos tuvieron que hacer un sacrificio también, porque se sentaron en el ‘asiento trasero’ para asegurarse de que Tony y Gip tuvieran los suficiente”.La primera –y aislada- incursión de Tony en el PGA Tour se produjo un mes después del Ultimate Game, en el U.S. Bank Championship de 2007 en Milwaukee. Superó el corte esa semana, gracias a un viernes donde empleó 65 golpes. Y el discreto puesto 70º le terminó reportando 7960 dólares, atesorados justo en la misma ciudad de aquel doloroso episodio con su madre.Al año siguiente, Finau voló a Florida y modificó su swing en la Academia David Leadbetter. Era la primera vez que tenía un entrenador que no fuera su padre, y esa transición fue traumática. Luego, cuando surgió una oportunidad de marketing, en 2009, apareció en el programa “Big Break” de Golf Channel, junto con su hermano. Pero el gran salto nunca llegaba: cada otoño, su progreso se estancaba al fallar en la escuela clasificatoria del entonces Web.Com, donde no podía avanzar más allá de la segunda etapa; así lo padeció cinco veces.Esos continuos fracasos lo dejaron en tierra de nadie en el golf, por lo que deambuló por distintos minitours para hacerse de unos dólares. Para peor: en noviembre de 2011, su madre Ravena murió en un accidente de auto al regreso de una boda, a los 47 años. “Ella era la pieza central, la piedra angular de nuestra familia”, confesaba Tony en aquella entrevista para Golf Channel. “Tuve que cavar muy profundo en mi interior no solo por mi vida personal, sino también por mi fe: ¿Cómo sucede esto? ¿A dónde voy desde aquí? Perder a alguien tan cercano a tí, y de la manera en que lo hizo, fue muy, muy difícil”.La noticia del deceso impactó demasiado fuerte a su hermano Gipper y prácticamente quedó fuera del golf competitivo, mientras que Tony, finalmente, volvió a la raíces de su juego y, sin un coach que le ajustara su swing, en 2013 pasó la escuela y logró el full status para el Web.Com, trampolín para llegar al PGA Tour en la temporada 2014/15. Después, lo conocido: su primer triunfo en Puerto Rico y un progresivo ascenso en el ranking mundial (hoy figura en el 13º puesto), sin perder jamás de vista sus orígenes y el apoyo constante de sus padres para cumplir sus sueños. Pero por otro, nunca olvida a su familia, al punto que marca sus pelotas de juego con las iniciales de los nombres de ellos con un fibrón. Va eligiendo distintas letras según cómo le vaya en cada vuelta.“Dicen que un ganador es solo un perdedor que siguió intentándolo, y ése soy yo hasta la médula. ¿Cuántas veces pierdo? Pero una cosa que no haré es rendirme, y solo estoy aquí como un ganador porque elegí no rendirme y seguí adelante”, reflexiona Finau, que ahora sí se plantea con toda seriedad la chance de la conquista de un major, después de aquel largo sendero de obstáculos y limitaciones.

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