¿Quién fue la persona que dejó caer esa moneda? Al escucharla, Nahuel Pennisi sospechó que se trataba de su abuela Marisa, quien la dejaba allí a modo de consuelo, de ánimo o de buen presagio. Era la primera vez que aquel adolescente de 15 años tocaba a la gorra en la calle, en esa peatonal cercana a su casa de Florencia Varela. Escudado por su guitarra y con su abuela como ángel guardián. “Yo no fui”, le aclararía ella rato después. Y a Nahuel lo invadiría la emoción. Esa moneda era la primera recompensa que obtenía por su arte. “Y yo pensaba que había sido mi abuela. A veces el no ver está bueno porque te vienen muchas imaginaciones”, dice.Ese día nació una enorme carrera. La de este artista que cantaría durante tres años en la calle Florida. Que más tarde sacaría un disco. Que luego se presentaría en los Latin Grammy. Y que más tarde brillaría en Viña del Mar, se daría el gusto de entonar el Himno en su querida Bombonera, ganaría cuatro premios Gardel…Hoy, después de romperla en su estreno en el Gran Rex y a semanas de cumplir 34 años (lo hará el 19 de octubre), Nahuel presenta su nuevo disco: Momentos. Y en este encuentro con Infobae transmite un entusiasmo similar al de aquel día de la moneda inaugural. Porque como un sacerdote le dijo a su madre, preocupada porque el nene tocaba en la calle: “Es lo mismo cobrar una entrada en el Gran Rex que pasar la gorra en Florida”.—¿Por qué se llama Momentos?—Por la diversidad de ritmos que tiene el disco y por los distintos temas en que se enfocan las letras. Hay canciones que ameritan un recuerdo, otras que buscan rememorar un amor, o dedicadas a personas muy cercanas. La idea fue hacer diez canciones con diez momentos distintos. Estamos hechos de momentos.—Tu música es la banda sonora de los diferentes momentos de la vida de tus seguidores: parejas que se forman, que se separan; gente que se recibe en la facultad. ¡Hay niños que llegan al mundo con tu voz sonando en la sala de parto!—¡Sí! Eso me conmueve. Me acuerdo que una mamá me contó que su hija nació escuchando un tema mío. Fue sietemesina: era muy chiquitita. Y todo el tiempo que estuvo en Neonatología le ponían mis canciones. Años después esa familia me fue a ver a un teatro y me encontré con esa nenita, que ya tenía cuatro o cinco años. Fue conmovedor.Nahuel Pennisi present su último disco “Momentos” (Piter Romero)—Hablemos de momentos. Si te pido que elijas tres momentos que marcaron tu vida, para bien o para mal, ¿con cuáles te quedás?—Saco el nacimiento de mis hijos, porque es obvio que son dos momentos que están por encima de todo. Me quedo con los Latin Grammy de 2016. Ese fue un momento muy importante.—No solo estuviste nominado con tu primer disco: también cantaste.—Me hicieron cantar. Fue una locura.—¿Cómo es llegar a los Grammy?—Estaba sudando. Mi manager me dijo: “¡Che, nunca te vi transpirar las manos tanto como ahora!”. “¡Estoy renervioso, loco!”, le dije. Encima me habían hecho una nota sobre cómo había sido tocar en la calle: conté mi historia en la peatonal Florida. Y en ese momento recordé esa esencia, mi voz y mi guitarra en la calle Florida, y era la misma identidad ahí, en los Grammy. Ese viaje fue realmente fuerte.—¿Aquel que tocaba en Florida, es el mismo que cantó en los Grammy, en Viña del Mar, en la cancha de Boca?—Sí, el mismo. Mismo corazón, misma garra, mismo amor. Capaz que un poquito más grande, un poquito más maduro. Me acuerdo que en ese viaje me encuentro con Niña Pastori, una artista flamenca de lujo que admiro. “Escucho tus canciones”, le dije. “¡No! ¡Ole!”, y me dice: “Un día tenemos que grabar”. Me puse a probar sonido y ella, en medio de la prueba, vino y me cantó al oído una canción. Una cosa tremenda. Esa fue la complicidad perfecta para decir: “Che, grabemos”. Los Grammy me regalaron la posibilidad de compartir con una ídola.—En Momentos colaboran Luciano Pereyra y Los Palmeras. Y escuché que te gustaría hacer una colaboración con Charly García.—Huy, sería… Lo adoro. Lo conocí hace un par de años.—Y se acercó él.—Me dice su asistente, Nahuel: “Charly te quiere saludar”. Yo no lo podía creer. No me gusta como idolatrar, porque tampoco me gusta que lo hagan conmigo. Entonces yo lo saludé como: “Charly, ¿cómo andás? Qué bueno encontrarte por acá. ¿Todo bien?”. No se me vino el “maestro”, “Dios”, porque no sé si él está cómodo con eso… Desde ahí es que empieza la complicidad con las personas: de tratarlo de igual a igual.—Ojalá se pueda dar esa posibilidad.—”Tenemos que hacer algo”, me dijo Charly.—¿Otro momento?—Viña del Mar. Por la posibilidad de traer las gaviotas (como se llama a los premios) a mi país, por tener la experiencia en el festival más importante de Latinoamérica. Pero también por la pandemia. Que tuvo los momentos malos, cuando uno estaba encerrado y no sabía qué hacer, con muchas preguntas, incertidumbre. Pero siempre rescatamos lo positivo: uno se tiene que reinventar. Entonces, para mí, ese instante de Viña del Mar en 2020 fue un momento muy importante.—Si hablamos de momentos, otro habrá sido el de la cancha de Boca.—¡Ni hablar! Soy refutbolero y patriota. Entonces, cantar el Himno en la cancha de Boca fue cumplir un sueño.—Y además sos de Boca, ¿no?—Sí. Y de Defensa y Justicia.—¿Cuál te tira más?—No sé… Creo que Boca. Pero cuando Boca juega contra Defensa, mi corazoncito se va un poquito por el barrio… Soy una persona muy humilde, y cuando hay un club del barrio que está creciendo a pasos grandes, voy por ahí.—En una entrevista anterior, me contaste: “Mis viejos me dijeron que el día que arranqué se dieron cuenta de que se podían morir en paz porque yo iba a vivir de algo”. ¿Por qué creés que se quedaron tranquilos?—Siempre está la pregunta sobre qué hará un hijo. Qué le va a pasar cuando tenga más años. Y en este caso también habrá influido un poco más el tema de no ver. Habrá sido una preocupación. Lo digo con muchísimo amor: un poquito más de mi mamá que de mi papá. Cuando arranqué a tocar en la calle mi mamá tenía un poco de miedo. Tenía preguntas.—¿Te acompañaba?—Mi mamá no tanto. Más mi abuela Marisa.—Pero nunca te dijo: “No quiero que hagas esto”.—No. Nunca dijo que no. Tampoco me dijo: “¡Sí, dale! Andá”.—¿Qué tenía miedo de que pasara?—Me parece que tenía un poco de… no sé si la palabra es vergüenza, o tenía miedo de que estuviera mal tocar en la calle. Y yo le dije que no, porque uno toca para alegrar la vida de las personas pero principalmente para hacer catarsis.—Es decir, no tiene que dar vergüenza hacer lo que uno tiene ganas de hacer.—Totalmente. En cualquier aspecto de la vida. ¿Sabes cómo mi vieja se quedó tranquila? Una vez se encontró con un sacerdote y le contó la situación: “Tengo a mi hijo, que toca en la calle”. Y le respondió: “Mirá, es lo mismo cobrar una entrada en el Gran Rex que pasar la gorra en Florida”. Ahí mi vieja entendió cuál era mi misión: hacer música para la gente. Y como no podía tocar en un teatro porque no me conocía nadie, mi escenario era la calle.—Cuando estabas en la Calle Florida, ¿sabías para cuánta gente estabas tocando?—Lo percibía por el eco de las galerías. Por la energía de la gente. Había días que me iba muy bien: se llenaba de gente. Había días que era más difícil, con poca gente. Había días que lloviznaba, y tocaba y no me iba mal. Yo estaba contento.—¿Se levantaba dinero en la calle?—A mí me iba bien. Con las primeras veces que toqué en la calle me compré un grabadorcito que se enchufaba, que tenía para los CD mp3. Y me compraba esos discos que te vendían en los trenes, que entraban como 200 canciones, para estudiar. Vos me decías: “Hola, me gustaría que tocaras un tema de Juan Gabriel”. Y yo te decía: “Bueno, sí mañana pasás de nuevo, capaz que lo puedo sacar”.—¿Tocabas en la calle por tus ganas de cantar o porque había una necesidad económica en tu casa?—No, no. Tampoco es que me sobraba nada. Es más, cuando empecé a laburar en la calle lo primero que le dije a mis viejos fue que no me pagaran más el colegio. Lo hice para alivianarlos.—Tenías 15 años.—Sí. Iba a un colegio muy lindo, pero por suerte no era de los más costosos. Y me empecé a pagar el remís que me llevaba a la escuela y me traía. Después pusimos el cable y una de las empresas para mirar los partidos, porque me gustaba el fútbol.—Mencionabas a tus hijos. ¿Cómo te llevás con las tareas de la paternidad?—Bien, bien. Obviamente que hay cosas que no puedo hacer, pero más bien porque a veces, por mi trabajo y todo, no estoy en casa.—Mayra, tu esposa, está muy presente con los chicos. El equipo de ustedes funciona así, ¿no?—Mayra es una leona, es una mujer que no sé cómo hace las cosas…—Alma tiene dos años y medio. ¿Duerme en su habitación o en la de ustedes?—No. Los dos (Alma y Mateo, su hijo mayor) duermen en su habitación. Es difícil, ¿viste? Estábamos viviendo en Tucumán, y cuando nos mudamos a Buenos Aires Mayra me dijo: “Es todo de golpe, no da que lo mandemos a Mateo a dormir solo”. “No, está bien”. Pero apenas llegamos Mateo, solo, con casi tres años, dijo: “A partir de hoy duermo solo”. Espectacular, espectacular.—Si le pregunto a Mayra, ¿en qué momento me va a decir: “Nahuel, con el temita de la guitarra y de la música, acá se hace el dolobu”?—Y… me gusta tocar en las noches porque me gusta la tranquilidad. Y por ahí a veces estoy tan concentrado tocando que de repente por allá, por lo bajo, escucho que llora alguno de los chicos. Y es difícil porque estoy en ese momento de inspiración, buscando una canción, pero también me tengo que levantar y ver a los chicos.—Y en ese momento Mayra dice: “Dejá la guitarra y hacete cargo de tu criatura”.—Eso. Y yo a veces digo, por mí: “¿Será que va a buscarlo ella?”.—Fingís demencia todo lo posible.—¡Claro! “Estaba tan concentrado…”.Nahuel junto a Mateo—Hablemos de partos. ¿Cómo fueron los nacimientos de Mateo y de Alma?—Hermosos. Y muy distintos. Mateo nació medio como inesperadamente. Estábamos en una comida en casa con la familia y a Mayra le empezó a doler la panza. Pensamos que un dolor normal, pero de repente ya era peor. Fuimos al hospital a las 11 de la noche, había poco personal y no pude entrar. Me quedé ahí, a la espera. Cuando me lo dieron fue conmovedor.—¿Pero por qué no te dejaron entrar?—No sé… Porque no había personal para que garantice mi entrada.—Igual, está mal. La ley de parto respetado establece que los papás tienen derecho a entrar.—Sí. La explicación del hospital, que no había personal, no lo justifica. Me dijeron: “Vos quédate en la sala que está al lado, para recibir al nene”. Entonces me quedé solo. Me acuerdo que yo lloraba más que el nene; estaba re emocionado. Y como los médicos vieron que yo lloraba, la hicieron pasar a mi suegra para que me acompañara. Claro, los tipos se asustaron: “¡Che, mirá cómo llora este pibe!”. Entró mi suegra. Y lloramos todos.—¿Al segundo parto sí pudiste entrar?—Sí. Fue hermoso. Yo volvía de (cantar en) Cosquín y Mayra estaba a punto de dar a luz. “Por favor, amor, espérame un ratito…”, le dije. Y ella hizo todo, todo, todo… Esperó. Cuando yo ya estaba tomando el avión para llegar a Tucumán, Mayra ya no daba más. Así que fue todo pensado, calculado. Y ahí sí, cuando nació Alma, yo estaba de la mano con Mayra.—¿Había música en ese parto?—Sí, estaban mis canciones. Sonaba yo. Creo que Alma nació en el tema “Princesa”. Fue re lindo. Una cosa…—Premonitoria.—Premonitoria.—Tenés dos hijos hermosos.—Totalmente.—Que ahora son parte del video de “Tu sonrisa”.—Fue una pregunta que nos hicimos con May: “¿Qué hacemos con los chicos?”. La intimidad de los hijos es muy importante, pero en este sentido, lo que lo que prevalece es lo natural. Y mis hijos son muy espontáneos y conviven con mi trabajo, y les gusta. A veces salen en un video, y se divierten, y son conscientes.—¿Alguna vez alguno te dijo: “Papá, esta canción no me gusta”?—Sí. El otro día Mateo me escuchó cantar en una radio y me dijo: “La primera que cantaste no me gustó. La segunda, sí”. Exigente el tipo.