La noticia del año. De la década. Javi anunció anteanoche en Córdoba que no volverá a putear (perdón, a insultar: tengo que ponerme a tono). Es un hecho histórico y una novedad de extraordinarias consecuencias. La primera. Cuando hable, si es que vuelve a hablar dada esta incómoda restricción que se autoimpuso, sus intervenciones durarán menos de la mitad; esos desbordes ocupaban cada vez más espacio, al punto de que le estaba costando encontrar transiciones, puentes, entre unos y otros: era una escupidera sin solución de continuidad.Segunda. Perderemos la función docente de la palabra presidencial. Chicos, jóvenes y también adultos leían o escuchaban sus mensajes porque eran una fuente inagotable de giros lingüísticos que inmediatamente se ponían de moda. En 2009, Diego Maradona le dedicó el “LTA” a Toti Pasman, siglas que se hicieron célebres y que aún tienen lugar tanto en la tribuna como en la academia. “Mandril” aplicado a una persona es humillante, pero enseñó a millones de niños que se trata de un primate catarrino de la familia Cercopithecidae. Tercera. Javi sin la boca sucia –lo digo con lágrimas en los ojos– ya no será Javi. La pura verdad es que se hizo famoso y llegó a ser presidente gracias a ese desparpajo. En la escala evolutiva de los superhombres tenemos a Batman, a Superman y a Cloacaman.Se da por hecho que tomó la decisión de higienizar sus expresiones después de leer la nota de este fin de semana de Nicolás Cassese y Paz Rodríguez Niell en La Nacion. Esa tremenda producción, texto de referencia y, me animo a decir, de culto, documenta que en su primer año de gobierno lanzó 4149 insultos y agravios, y en los últimos 100 días, 611; números que lo convierten felizmente en el mandatario más procaz de la historia. De esos 611, 57 tienen connotaciones sexuales, algunos de los cuales reproduzco solo como retrato de una época que, snif, ya no volverá: “romper el culo”, “agarrar las pelotas”, “concha de su madre”, “la tenés adentro”… Otros –una minoría, es cierto– creen que no fue ese artículo el movilizador, sino el mío del sábado: puse allí que “la cultura del insulto se ha convertido en un insulto a la cultura”; abono esta teoría, por supuesto.Tampoco hay que descartar que el Pelu haya mirado las encuestas; los estudios de opinión más serios no preguntan “a quién piensa votar”, sino “qué onda cuando el Presidente putea”. Una creciente mayoría responde que ya no le hace gracia. Una frase, afirman los encuestadores, resume ese sentimiento: “Al principio estaba buenísimo. Pero se fue al carajo”. A propósito: en orden a su promesa de anteanoche, ¿cambiará el santo y seña “¡Viva la libertad, carajo!” por uno más de salón? Están estudiando algunas variantes: ¡viva la libertad, carancho!, “viva la libertad, viva” y “viva la libertad, por los siglos de los siglos, amén”. Ya me conocen: voto por este.Javi dice que deja de insultar para empezar a discutir ideas y no ofender a los que se preocupan por las formas. Qué horror: devino en ñoño republicano. No insultar supone, para Javi y su gobierno, una reconfiguración estructural. Si no insulta él, tampoco deberían hacerlo sus funcionarios, legisladores, seguidores. Especialmente, su legión digital. Una limpieza general en la conversación pública. Elon Musk se quiere matar: la perspectiva es que X pierda impacto y tráfico. Que puteara el jefe –el jefe andrógeno, no “el jefe Karina”– abría las puertas a que el mundo libertario disfrutara en las redes de la licencia de florearse con ofensas cada vez más zarpadas. Es cierto que fue llamando a las cosas por su nombre que Javi se hizo un lugar en la política y, sobre todo, en la consideración de la gente: “Este loco lindo dice lo que nosotros pensamos y putea como nosotros puteamos”. Javi se enamoró de la fórmula y la llevó hasta sus últimas consecuencias. Orillero, ya no podía expresarse sin chapotear en el barro. Santi Caputo, Caputín, tenía por encargo acercarle nuevas formas de injuriar. Me aseguran que el hit “mandril” se lo debemos a él. Este Caputín, un mono con navaja.Tanto extremó el Pelu el recurso de la lengua suelta que lo llevaba incluso a sus encuentros con líderes mundiales. ¿Cómo lo sé? Lo contó él. En el libro Tratando de entender el fenómeno Milei, de Juan Carlos de Pablo y Ezequiel Burgo, que acaba de salir, Javi les confía a los autores que le viene bien llevar siempre a su traductor, Walter Kerr, a los diálogos con otros mandatarios. “Cuando ‘la tiro a la tribuna’ con una declaración, él la edita en términos diplomáticos y queda superfabulosa. Es un genio”. A partir de esta admisión, los que conversen con él saben que no están escuchando a un Milei educado, sino a un Milei editado por Walter. Y yo que pensaba que los traductores solo traducían. También adecentan y evitan escenas de pugilato y conflictos internacionales. Walter, premio Nobel de la Paz.¿Arrepentimiento? ¿Cálculo electoral? No sabemos a ciencia cierta qué lo llevó a la drástica determinación de no volver a insultar, que es casi como presentarse de nuevo. “Hola, mucho gusto, soy Javier Gerardo, para servirles”. La pucha madre: cómo voy a extrañar al otro.Por Carlos M. Reymundo RobertsConforme aTipo de trabajo:análisis