“Tenemos suficientes razones para quejarnos, sobre todo desde el lugar donde estás parado realmente. Ahora, también me parece que como propuesta es: ¿puedo pararme desde otro lugar?”, lanza Mario Massaccesi sin rodeos, apenas iniciada la charla. El reconocido conductor, coach y autor argentino no titubea al diagnosticar el estado de ánimo social: “Parece que la queja es un ritual. Casi con cualquiera que uno habla, lo primero que pasa es que tenemos nuestro ritual de queja y después iniciamos una conversación. ¿Cómo estás? Estoy muy cansado, no puedo más, no me alcanza la plata, bla, bla, bla”.En un país donde “el que no llora no mama”, Massaccesi desafía la lógica instalada: “La queja también es necesaria. No podemos vivir sin quejarnos. Pero, ¿qué pasa si nos paramos desde otro lugar? Si cambio de lugar, inicio una conversación y ya no voy a necesitar de tantas quejas”.Estas ideas no son sólo intuiciones: forman parte del libro ¿Qué hacemos con las quejas?, escrito junto a la psicóloga Patricia Daleiro y publicado por Planeta. “La queja debe ser un recurso, que es muy distinto a convertirlo en un hábito. Cuando la convertís en un hábito, se termina convirtiendo en tu ADN”, advierte el periodista, ganador de dos premios Martín Fierro y figura central de la radio y la televisión argentina.“Hasta los que aparentemente tienen todo, tienen razones para quejarse. El tema es en qué medida uso la queja… La queja debe ser un recurso, no un modo de vida”, resume Massaccesi, quien invita, con calidez y autocrítica, a revisar la función y el sentido de quejarse.Vivir quejándoseEn la Argentina de hoy -¿y en todas partes?- la queja parece ser el punto de partida de casi todas las conversaciones. Para Mario Massaccesi, esta costumbre no es casualidad: tiene raíces profundas en la cultura y en la manera en que nos relacionamos. En este fragmento, el conductor y autor reflexiona sobre cómo la queja se cuela en la vida diaria y en el diálogo social, y qué consecuencias trae.— ¿Nos quejamos demasiado?— En estos días, casi con cualquiera que uno habla, lo primero que pasa es que tenemos nuestro ritual de queja y después iniciamos una conversación, ¿no? ¿Cómo estás? Estoy muy cansado, no puedo más, no me alcanza la plata, bla, bla, bla. — ¿Pero eso no es estar conectado con la realidad, también? — Yo creo que sí, que tiene conexión con la realidad. Tenemos suficientes razones para quejarnos, sobre todo desde el lugar donde estás parado realmente. Ahora, también me parece que como propuesta es: ¿puedo pararme desde otro lugar? Porque si me quedo parado en el mismo lugar, voy a ver siempre lo mismo, con lo cual mi realidad va a estar condenada a un rosario de quejas antes de empezar una conversación.— ¿Qué pasa si decidimos cambiar de perspectiva?— Si cambio de lugar, inicio una conversación y al iniciar la conversación ya no voy a necesitar de tantas quejas. Esto de cambiar de posición no significa dejar de pensar lo mismo, dejar de sentir lo mismo, tener la misma opinión sobre el gobierno, sobre la tele, sobre algún personaje o sobre mi suegra. Pero probablemente que si hago algo distinto, el resultado de eso no sea exactamente el mismo.— ¿Hasta qué punto la queja es necesaria?— La queja también es necesaria. No podemos vivir sin quejarnos. Pero creo que la diferencia está en ser efectivo con la queja. Si me quejo para desahogarme, ok, está bárbaro. Ahora, ¿cuál es el efecto que genero en los demás? Porque a la larga voy a generar un alejamiento del resto, porque nadie quiere tener todo el tiempo, salvo los mártires, a alguien que se esté quejando todo el tiempo. Y, además: ¿tengo derecho a que el otro sea el tacho de basura de mis quejas?— ¿Tenés derecho?— Andá a un supermercado y preguntales a los cajeros cuál es la vida que tienen. Son el reservorio de las quejas de las señoras y los señores que no resuelven sus temas en sus casas, en el psicólogo, con sus parejas, con su trabajo, con sus amantes. Van allí y parece que fuera el lugar común de la queja, como si tuvieran derecho a dejar lo que les pasa en la vida en una compra de supermercado.— ¿Los cajeros te lo cuentan?— Tengo una frase que a mí me encanta: “¿Cuánta gente de mierda te maltrató hoy?’“Es infalible. Recepcionistas, cajeros… Me conmueven mucho. Ni hablar los taxistas. Subo cantando. Digo: “¿Cuánto hace que no sube nadie cantando?” Y ahí, con esa pregunta, sale un diagnóstico de cómo la gente ocupa con la queja lugares que no le pertenecen.— ¿La queja puede disfrazarse de otra cosa?— La queja se maquilla con el maltrato, con la prepotencia, con la insolencia, con el abuso hacia los espacios del otro. Y después pasa en el trabajo. Yo mañana cumplo veinticinco años en el canal y estoy muy conmovido con mis veinticinco años. Tengo una felicidad de estar ahí, donde la he pasado tan bien. El pasarla bien no significa no tener problemas, no significa estar de acuerdo con todo.— ¿Y eso es raro?— Lo dije ayer y hoy nadie me dijo: “Qué bueno, ¿por qué no festejamos?” Ojalá me pasara lo mismo. ¿Ni siquiera te podés salir de tu lugar de la queja para acompañar la emoción de otro que está contento? Es muy mezquina, muy de cápsula la queja. Creo que, porque me estoy quejando o tengo razones para quejarme, tengo algún derecho por encima de los demás.Entre la queja funcional y la queja inútilEn este tramo, Mario Massaccesi profundiza en los matices de la queja, diferenciando entre aquella que sirve para transformar la realidad y la que simplemente se convierte en un lastre personal y social.— ¿Hay gente que realmente vive sin quejas?— No, yo creo que todos tenemos algo de qué quejarnos. Todos, todos. No seríamos humanos si no tuviéramos… Creo que hasta los que aparentemente tienen todo, tienen razones para quejarse. El tema es en qué medida uso… La queja debe ser un recurso, que es muy distinto a convertirlo en hábito. Cuando la convertís en un hábito, se termina convirtiendo en tu ADN.— ¿Cómo salir de ese camino?— Yo lo que me planteé en ese momento es: ¿qué tal si en vez de enseñarle a tu hijo a quejarse, le enseñas a cómo resolver el problema que genere esa queja? Yo no quisiera tener un hijo quejoso. Me sería más funcional tener un hijo que resuelva a partir de la queja. Creo que estamos enredados en la queja que no nos resuelve la vida.— ¿Sirve de algo la queja cuando se transforma en furia?— Una queja, una puteada a tiempo… claro que sí resuelve la ansiedad del momento, la indignación, la bronca del momento. Por supuesto que sí, no estoy negando que eso sea necesario. Ahora, vivir en ese estado, no. Hay un exceso. — ¿Por qué muchas veces la queja es desproporcionada respecto al hecho real?— Me da la sensación de que hay un montón de cargas y frustraciones que no tienen que ver el hecho del que nos estamos quejando, hay como una excusa que libera. Las quejas las colocamos en los lugares equivocados. Las relatos salvajes de la vida… cuánto habrá en esa furia, en esa queja convertida en violencia y en ataque, cuánto habrá de lo que realmente pasó en el incidente de tránsito y cuánto habrá de acumulación en esa persona.— ¿Cómo definís, más allá de lo académico, lo que es una queja?— La queja es la manifestación de que algo no es como consideramos que necesitamos que sea o que merecemos que sea. Puede ser la manifestación o la reacción a algo que nos han prometido y que no nos han cumplido. El tema es: ¿me quiero quedar en la queja o voy por el reclamo a partir de la queja? La queja es una instancia. El paso posterior es ponerle acción a la queja. Esa acción que le pongo a la queja es el reclamo por algo que yo considero que debe ser de determinada manera. Ahí se abren distintos caminos para encontrar la solución a eso que no está satisfaciendo mi vida.— ¿Hay personas que usan la queja como identidad?— En aquellos casos donde la queja te da una personalidad que no te animás a buscar por otro lado. Díganme de qué se trata, que me opongo. Soy el rebelde, aun sin causa. Hay gente que se enamora de la queja porque le da una identidad que confunden tal vez con una rebeldía. No importa por qué, pero me quejo.— ¿Qué sucede con quienes no tienen propuestas para salir de la queja?— En general, este tipo de personalidades son los que no tienen propuestas, porque al tener una propuesta pierden su identidad. Esa identidad que tomaron, vaya a saber para protegerse ¿de qué? Porque los hace reactivos todo el tiempo, nada les viene bien. Por más que le ofrezcas diez alternativas distintas, se van a quedar en ese lugar.— ¿La queja puede ser un mecanismo para incomodar a otros?— Están también los que se quejan para incomodar a los demás todo el tiempo, porque como no se bancan su propia insatisfacción, necesitan que todos sean insatisfechos.El proceso de escritura del libro y una autocrítica— ¿Por qué decidiste ocuparte de la queja en tu nuevo libro?— Primero porque, haciendo una autocrítica, tengo un déficit de queja en mi vida. Tengo un optimismo tan grande que yo soy un no quejoso y me cuestiono mucho todo el tiempo el no quejarme. Con Patricia Daleiro, la propuesta fue poder administrar nuestras quejas y pasar de la queja al bienestar.— ¿Cómo fue el trabajo con ella?— En el caso de Patricia, surgió a partir de una autocrítica de que ella es demasiado quejosa. O sea, somos dos autores en los dos extremos, uno con déficit de quejas y el otro con exceso de quejas. Fue muy lindo meternos para buscar un camino intermedio y poder mostrar qué pasa en ambos casos.— ¿Qué descubrieron al compartir experiencias tan opuestas?— Cuando no te quejas nunca, sos el buenito, el agradable, el aceptado, el querido. Y en el otro caso, la jodida.Porque las mujeres quejosas a veces tienen el mote de jodida. Nos divirtió mucho esto de: yo no lo tengo, vos lo tenés de más, ¿qué tal si hacemos un balanceo y vamos por este lado?— ¿La queja es un tema recurrente en la sociedad argentina?— Es un tema recurrente en la Argentina. Ahora me pasó, por ejemplo, nos trasladan Cuestión de Peso de un canal a otro, con todo lo que implica: gente nueva, camarógrafos nuevos. Era un drama, ¿qué parece? Resulta que del otro lado nos estaban esperando y nos estaban ofreciendo cosas buenas. Fijate cómo la cabeza está entrenada para la queja sin aplacar la cabeza y decir: “Bueno, ¿qué hay frente a este camino de incertidumbre?” Muchas veces la queja le ganó a los hechos.Consejos prácticos para gestionar la queja— ¿Cuáles son tus tips para correrse de la queja?— Primero, aceptar que sos quejoso o quejosa. Un tip sería levantar la mano y pedirles a los demás que levanten la mano cada vez que te estás quejando. Ahí te vas a dar cuenta que tenés más quejas que otro tipo de pensamientos.— ¿Qué hacer una vez que identificamos la queja?— Preguntarte si de eso que te estás quejando, la solución depende de vos o no. De esa parte que sí depende de vos, preguntarte qué acción necesita esa queja para que te puedas dejar de quejar. Es como un caminito muy práctico.— ¿El optimismo y la queja se aprenden en casa?— Vengo de un papá quejoso, donde nunca nada fue una inversión, todo fue un gasto, donde para hacer algo mi madre nos decía: “Que no se entere tu padre. Andá al Tren de la Alegría, pero que no se entere tu padre”. Entonces, la queja hizo en nosotros tener que esconder la felicidad momentánea.— ¿Cómo influyó eso en tu manera de vivir?— Eso no me lo perdono. A él sí, por supuesto, porque lo amo, hizo lo que pudo, pero no me perdonaría yo ocultar algo que me hace inmensamente feliz porque no se lo tengo que mostrar a alguien porque se queja. Eso no lo quiero.— ¿Y entonces? — Es una búsqueda. No es que era feliz, pero es una manera de tratar de estar. La felicidad es una forma de aprender a mirar la vida. El motor siempre es el mismo: la transformación de uno mismo y la de los demás.
