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No hay after office sin office. ¿Por qué los días duran más cuando hacés teletrabajo?

El teletrabajo fue siempre el gran cuco de la fuerza laboral, por razones más que comprensibles. El trabajo (si quieren, el empleo, aunque no son exactamente lo mismo) es muchas cosas, no solo una forma de ganarse la vida. Es una posesión y es identidad, para empezar. Al extirparnos la oficina, el taller, el espacio de tareas tradicional, la sensación era de pérdida; el perpetuo contexto de fragilidad laboral argentino no hacía sino empeorar las cosas. Hasta que el Covid lo transformó en la única forma de seguir ganándose el sustento. Entonces pasaron varias cosas, algunas predecibles, y otras, no.Predecible fue que el asunto se polarizara. Nos guste o no, tendemos a eso. Las razones son múltiples, pero es lo que hacemos, y esta no fue la excepción. Hicimos grieta de nuevo: presencialidad, sí; presencialidad, no. Y eso que era bastante simple ser racional en esto. Pero no. Otra vez grieta.Menos obvio fue el que los roles se invirtieron: los que antes defendían el teletrabajo, insistieron con que la gente volviera a la oficina; y los empleados, que veían el teletrabajo con malos ojos, quisieron seguir trabajando desde sus casas, incluso en corporaciones habituadas a este formato desde hace dos décadas. Apple, por ejemplo, ya va por el segundo intento de recuperar la presencialidad, y sus empleados volverán a resistirse.El logo de Apple en la fachada de su tienda en el centro de Brooklyn, Nueva York; la compañía no logra que sus empleados vuelvan a la presencialidad Es lógico, al menos en parte. Para el empleado, es todo (casi todo, denme un minuto) ganancia: si es diligente, cumple con sus metas, no invierte una pequeña fortuna en transportarse y, sobre todo, no pierde tiempo en vacío; es decir, en reuniones interminables y casi siempre inútiles. Lo que antes te sustraía una hora de tu vida hoy se resuelve con un audio de WhatsApp.Desde el punto de vista del empleador, que casi siempre proviene de una tradición centenaria y basada en una red de supuestos muy difícil de desentrañar, el pasar de tener una fuerza laboral a tener una diáspora es muy difícil de digerir. (A propósito, esta discusión solo se da en ciertos ámbitos. Hay millones de puestos de trabajo que no puede ocuparse de manera remota. No por ahora, al menos.)¿Pero a qué llamamos trabajo?Vuelvo a la supuesta ganancia para el empleado, y con esto incorporo algunas de las sutilezas que la grieta impide ver. Tendemos a considerar el trabajo como una sola cosa. Hay algo llamado “trabajo” que parece (y se llama) igual para todos. En la práctica no es ni remotamente así. Hay tareas que se pueden hacer igual de forma remota, pero la falta de presencialidad puede degradar la calidad final de los resultados. Una redacción es un caso de manual. Es cierto que puedo escribir, entrevistar, editar y reunirme con mis colegas sin salir de casa. Pero el ambiente de un diario, un canal o una radio, por sí, origina dos (al menos dos) beneficios: te da ideas y mantiene la vara alta. Con un adicional. Cuanto más profesional es ese ambiente, más alta estará la vara. Lo de rodearse de los mejores no es solo una linda frase, y ocurre en muchos ámbitos. Pero no en todos. Conozco ejecutivos que en la empresa no solo estarían encerrados en un despacho, sino que, de forma remota, hacen, literalmente, tres o cuatro cosas a la vez.Descubrimos que podíamos dividir el tiempo de una forma mucho más granular e incluso hacer muchas cosas a la vez (SHUTTERSTOCK/)Así que que casi con completa certeza no podemos plantear que el empleo sea una sola entidad monolítica. La pandemia blanqueó, entre otras cosas, este hecho. Además, y aunque no hayan aparecido todavía mencionados, hay dos asuntos adicionales. Por un lado, hay tareas, no trabajos. Por otro, hay individualidades. No somos todos iguales. Hay escritores que trabajarán mejor en el bullicio de una redacción o de un café que en el silencio de un estudio apartado del mundanal ruido. Y viceversa. En ocasiones, las diferencias idiosincrásicas no son relevantes. En ocasiones, lo son todo.Tiempo al tiempoObviamente, no pretendo desmontar la compleja maquinaria del empleo en un artículo. Nos va a llevar años adaptarnos a una realidad que estaba ahí, solapada, y que la pandemia catalizó. Esto es, que las computadoras e internet nos permiten una forma de presencia que hace 40 años era impensable y que nos obliga a repensar una de las vigas maestras de la existencia humana: el trabajo.Spoiler bienintencionadoComo este es un artículo largo, dejo aquí un resumen de algunas de las conclusionesEl día dura más cuando trabajamos desde casaDe forma remota, administramos el tiempo de manera más granularCon todo, muchos preferimos estar entre nuestros colegas que aisladosEl teletrabajo complica separar vida personal de laboralPero no todo el mundo desea separar vida personal de vida laboralLos viernes ya no son lo mismo (¿o sí?)Trabajar y administrar el tiempo de forma eficiente está en nuestro ADNEl elefante en el living del que nadie habla es el transporte públicoEn esta columna quiero enfocarme en el tiempo, la única dimensión por la que no podemos movernos libremente. Parece inapelable, pero a la vez resulta muy subjetiva. Si estás en una clase aburrida, una hora dura tres. Si estás con la persona que te gusta, una hora dura un minuto. Así que el tiempo, al que no le dedicamos nada de tiempo, merece que nos tomemos el tiempo de reflexionar sobre él. Y si algo está entramado con el trabajo es el tiempo. Fijate.El tiempo, nuestro marco de referencia, dura siempre lo mismo; pero pasa más rápido si nos sentimos a gusto (SHUTTERSTOCK/)Según dicen, conviene separar la oficina de la vida personal. La presencialidad permite –o al menos facilita– esa zonificación. Si es saludable o no, dependerá de tu trabajo. El emprendedor (tengo docenas de conocidos y amigos muy cercanos que son emprendedores) lo sabe de sobra: trabajan siete días por semana, 20 horas por día y se pasan más de una década sin tomarse vacaciones. No cualquiera tiene la voluntad y la tolerancia al cansancio, la frustración y la incertidumbre que requiere iniciar un proyecto independiente. Después de semejante esfuerzo, cuando finalmente tienen éxito, la Argentina tiende a demonizarlos. Así nos va.Reitero esta idea eje: todo depende de la tarea. Yo sé que queda políticamente correcto esto de que conviene separar la vida laboral de la vida personal, pero, como suele ocurrir con la corrección política, el mundo no funciona así. ¿Por qué voy a separar ocho horas de mi vida del resto de mi vida? La respuesta vuelve a ser la misma: porque esa tarea no me inspira. ¿Y si fuera al revés? ¿Conocen alguna estrella de rock que separe su vida personal de la laboral?Pero algo pasóLa administración del tiempo cuando hacemos trabajo remoto debe considerar también la dinámica de cada hogar. Conozco gente que abrazó la presencialidad en cuanto pudo, porque concentrarse en su casa le resultaba muy difícil. En mi caso, es al revés. Pero descubrí que al trabajar desde casa (y era igual 40 años atrás) los días son más largos. En cambio, cuando salgo, manejo, vengo al diario, y demás, parecen durar menos. Esto es enteramente subjetivo, por supuesto. Los días duran siempre lo mismo.Pero hay también datos duros: el día dura menos porque en los hechos nos queda menos tiempo libre y también menos tiempo para trabajar. Prefiero mil veces dar clases presenciales (aunque todavía me estoy cuidando del aula real), pero lo cierto es que al salir del aula presencial me aguardan 55 minutos (casi la octava parte de una jornada laboral) de viaje. Cuando dicto clases remotas, bajo un piso y estoy comiendo con los míos en 15 segundos; eso es 200 veces más rápido, redondeando. Si uno viviera 200 veces más que el promedio, alcanzaría la edad de 16.000 años. Nada mal.Así que aquí se combinan dos factores, como mínimo: la percepción del tiempo es diferente porque la presencialidad es más cercana, conocida, socialmente activa, etcétera, pero también porque se pierde mucho tiempo en traslados. Y la teletransportación está todavía muy lejos.Pero hay más. He notado –y ya me dirán si les pasa lo mismo– que la división de las tareas se vuelve extremadamente granular cuando hacemos home office. En el diario, me siento y me pongo a escribir. O a editar. Hago lo que se hace en una redacción y nada más. Hay un guion. Nos gusta eso y nos ayuda a organizar el tiempo. Pero durante la pandemia nos hizo falta crear nuestros propios guiones. Y en general, a contramano de la creencia más difundida, terminamos trabajando más horas. No quito que haya empleados que hacen la plancha olímpicamente; pero me temo que esa destreza la aprendieron mucho antes de la pandemia. Una cosa es segura: no existe una regla para todos. Con una vuelta de tuerca.Aparte del cuánto está también el cómo. El trabajo remoto nos permite ir y venir entre docenas de tareas, algunas laborales, otras, no. Descubrimos que este ser multitasking era perfectamente compatible con la mayoría de los empleos. No con una cirugía de cerebro, por ejemplo. O con aterrizar un Jumbo 747. Pero advertimos (al menos entre los que pude preguntar) que la cosa de tener que ponernos en una cámara especial llamada oficina para poder hacer bien nuestro trabajo era un mito. No así el que la oficina es un espacio de socialización muy importante; una encuesta de Bumeran que se publica hoy en el suplemento SABADO concluye que el 82% de los empleados prefiere verse con su equipo, en lugar de trabajar aislado desde su casa.La clave que explica la forma en que personalizamos nuestros horarios está, en muchos casos, en esa enormidad de tiempo que perdemos en el transporte. Al eliminar esa variable de la ecuación, y al saber que tenemos (digamos) dos horas más por día, nuestra mente automáticamente redistribuye las tareas de la manera más eficiente. Cosa por otro lado lógica. Todos los seres vivos con algún grado de complejidad cerebral hacen esto. Un gato no trabaja de gato en una oficina.El gran embotellamiento nacional¿El problema es estar en la oficina? No. La oficina (o el ámbito que sea) separa ámbitos, ordena, incluso para muchos es una fuente inspiración. ¿Es un problema estar en casa? Por el contrario. Salvo casos especiales, no hay mejor lugar en el mundo. Aunque la mezcla de trabajo y hogar sumada al aislamiento es una combinación perniciosa, en la mayoría de los casos. El problema es siempre el traslado, y casi no hablamos de eso. Es de verdad muy raro. Es como que entre un elefante en el living y nadie nunca lo mencione.El elefante en el living: en todo el mundo se pierde demasiado tiempo en ir y volver de trabajar; en la Argentina los servicios y la infraestructura empeoran mucho ese escenario (SHUTTERSTOCK/)Uno de los peores defectos del teletrabajo es que te impide regresar al hogar. Como trabajás en tu casa, no existe tal cosa como volver a casa. Para los que amamos nuestro ámbito laboral, el teletrabajo también nos roba el llegar a la oficina, el aula, el despacho, el taller, el laboratorio o, en mi caso, la Redacción. Eso es todo pérdida. Pero, más allá de algunas sutilezas, no hay, al menos en esta etapa de la civilización, un conflicto en estar; mi abuelo tenía el bazar en el frente de su casa y era de lo más feliz. Salvo, claro, que tengas un trabajo muy enajenante, pero en general esos fueron, precisamente, los que no pudieron hacerse de forma remota.Todo esto raro que nos pasó con la pandemia puso en evidencia la burrada de tiempo que consumimos solo en trasladarnos; en parte, por eso, nadie había pensado antes en modelos híbridos, adaptables, dinámicos. El que la Argentina, además, tenga un pésimo sistema de transporte público, autopistas mal diseñadas, automóviles carísimos, casi total ausencia de trenes y una red de subtes pionera, pero que todavía hoy está limitada solo a la Ciudad de Buenos Aires no hace sino empeorar las cosas. Viajar es un suplicio y una pérdida descomunal de tiempo. El empleador puede sentir que pierde el control sobre su fuerza laboral a causa del teletrabajo, pero es evidente que ninguna empresa quiere pagar dos horas de alguien sentado delante de un volante o apretujado en un colectivo.Es parte de la tragicomedia argentina. No somos únicos en esto. E incluso hay naciones que están peor. Pero podríamos estar muchísimo mejor, y mientras creamos grieta en torno a teletrabajo y los gurús de turno dicen sus verdades de Perogrullo, uno de los principales obstáculos del progreso sigue ahí, muerto de risa, sin que la dirigencia ni siquiera lo mencione: carecemos de una infraestructura de transporte (transporte de todo) acorde con nuestras posibilidades, con las dimensiones del territorio y con nuestra densidad poblacional. Lo confieso, el tener que manejar 2 horas por día (80 minutos, si se alinean los planetas) es la única razón para no venir al diario todos los días, como antes. Salvo los viernes, claro. ¿Por qué? Porque el regreso por la Panamericana un viernes es, dicho simple, una pesadilla. Por pesadilla me refiero a que me roba 6 días por año.Todos la remamosNo hay, al menos en el contexto biológico que conocemos, ningún ser vivo exento de luchar por su subsistencia. Desde el árbol que batalla por la luz hasta el depredador que, si no caza, no come, todos la tenemos que remar. Habrá excepciones, pero son marginales. Con esto quiero decir que el trabajo precede a la humanidad y que el cuánto tiempo le dedicamos y la forma en que se lo dedicamos está en nuestro ADN y en el centro de esta constelación de cambios que, al parecer, trajo la pandemia. Un gato duerme alrededor de 16 horas por día. Es su premio por productividad. Es tan eficiente cazando, que le alcanza con dedicarle solo un rato a su trabajo.Aparte de que la pandemia nos lanzó a territorio no cartografiado, hay una primera conclusión abrumadora que me mueve a escribir este análisis. Las computadoras económicas e internet han conseguido doblegar –en parte– la dimensión más implacable, el tiempo. ¿Pero tiene el mismo gusto un viernes a la tardecita cuando trabajaste toda la semana, pero no fuiste a la oficina? En algunos casos, seguramente seguirá siendo viernes y el cuerpo lo sabrá. En otros, el viernes ya no es lo mismo. No hay after office sin office. Esto no es ni bueno ni malo; es lo que es. Pero me parece saludable que, por un lado, hayamos sido capaces de tomar el timón del tiempo sin el andamiaje tradicional y en condiciones tan extremas como la pandemia, y que haya salido muy bien. Y, por otro, me parece todavía más saludable detectar que hay una diferencia abismal entre el empleado que trabaja más y más confortablemente desde su casa, y por eso prefiere el home office, que el que, como es mi caso, prefiere 1000 veces estar en la oficina, pero se le interpone una infraestructura de transporte diabólica. Una prueba más de que los de a pie estuvimos a la altura de los inmensos desafíos que trajo la pandemia. No puede decirse lo mismo de la dirigencia, que tuvo un siglo (desde 1918) para planear cómo actuar en un escenario como el que planteó el Covid y, cuando llegó la pandemia, no había ningún manual de procedimientos preparado.

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