Cierran los ojos y mueven su cabeza de izquierda a derecha. Esa es la reacción de la mayoría de los lugareños que prefieren no opinar del conflicto mapuche. A lo largo de estos cinco años desarrollaron un termómetro y saben cuándo “va a pasar algo”. En Mascardi se acostumbraron a vivir con un conflicto que está en ebullición a metros de sus casas. En Mascardi se acostumbraron a vivir con miedo. Calculan en qué horario cruzar la zona de la toma o modifican sus rutinas cuando piensan que al otro día cortarán la ruta nacional 40, el camino para llegar a Bariloche, por donde no circula mucha gente caminando. Añoran un pasado que por ahora parece estar lejos de regresar. “Antes dejabas las herramientas afuera y no pasaba nada. Hoy hay que guardar todo, hasta entrar los autos”, relata un señor que hace 40 años vive en esta zona. No hay vecinos que se atrevan a dar su nombre y apellido al dialogar con LA NACIÓN.Los terrenos son grandes y difusos. Desde la ruta es difícil delinearlos, identificar su magnitud o dimensionar cuánto se extienden a lo alto de la montaña y en la profundidad del bosque que parece inabarcable. Son casas y cabañas desparramadas que se escabullen en el paisaje. Es en esas extensiones donde también pueden estar los miembros de la comunidad mapuche Lof Lafken Winkul Mapu que habitan en estas tierras. Sus pequeños pero múltiples focos de fuego, expuestos por el humo negro que se ve desde la ruta, complican aún más la tarea de determinar dónde se encuentran. Pese a que, según los lugareños, no debían ser más de 20 los que vivían allí antes del desalojo que efectuó el Gobierno el martes pasado. La zona usurpada comienza con los restos del hotel de Villa Mascardi de Parques Nacionales. A la altura del kilómetro 2006, empiezan a aparecer carteles que indican “No pasar”. “Prohibido sacar fotos y filmar”, dice otra tela verde. Lo que quedó de esos edificios que parecen abandonados está rodeado por un cerco artesanal armado con chapas y alambres enlazados. Se repiten las alusiones a la muerte de Rafael Nahuel, asesinado por una bala de la Prefectura Nacional en 2017. Y las insignias, sean chapas o telas, en donde plantan bandera del “territorio mapuche recuperado”.Fue un auto el que escenificó que en Mascardi hace falta una mínima chispa para encender el conflicto que está latente. En medio del banderazo convocado bajo la consigna “basta de terrorismo”, desde un Renault Clío exhibieron una bandera mapuche. Rápidamente fue rodeado por 15 efectivos del cuerpo especial COER que lograron alejar, pero no evitar, la reacción de los vecinos que les refregaban la bandera argentina a los tres ocupantes del auto. “Esta es nuestra única bandera, no ese trapo sucio”, les gritaba una señora. Advirtieron, además, que uno de los tres ocupantes del auto era Carlos Cayuquea Mallea, denunciado por haber agredido a Diego Frutos, propietario de una de las cabañas atacadas. “Es la primera vez que lo tengo acá”, decía el dueño de La Cristalina. Es que los dos sectores conviven a diario, como en la escuela provincial 202 Misiones Rurales Argentinas donde todos los alumnos, incluidos los chicos de la comunidad mapuche, llegan juntos al colegio en el transporte escolar. Quienes sí se atreven a dar nombre y apellido ante la consulta de este diario son los manifestantes que asistieron al banderazo. La diferencia está en que ellos viven en Bariloche. “Esta gente sabe todo; leen todo; les informan”, contestó una oriunda del lugar para explicar por qué prefería no revelar su identidad. Su mirada se suma a tantas otras que interpretan de manera similar los hechos de violencia ocurridos. Se habla de ataques armados y financiados por sectores de la política de los cuales la comunidad mapuche no es responsable. De un lado, creen que es la derecha, mientras que del otro hablan de sectores del peronismo “que los banca”. En Mascardi, circulan todo tipo de rumores, hasta la presencia de Facundo Jones Huala. Su madre, María Isabel Huala, vive a más de 50 kilómetros del lugar donde podría estar su hijo. Resulta difícil llegar sin indicaciones previas a las tierras en las que se instaló en 2016. Desde la ruta se abre un camino de tierra por el medio del bosque que desemboca en la casa de madera que no cuenta con luz eléctrica y se abastece con dos paneles solares. Por esta “recuperación”, como la describe Huala, está imputada en una causa por usurpación. Cuando camina la siguen tres perros. La imagen de mujer dura se relaja cuando habla de su historia, de sus antepasados o explica las creencias mapuches. Se tensiona cuando apunta contra los gobiernos provincial o nacional, y el rol de la Justicia y reclama una revisión histórica. Ese mismo contraste se observa en Mascardi: aunque la zona por momentos se relaja y está tranquila, se parece a un volcán a punto de entrar en erupción.Lucila Marin Conforme a los criterios deConocé The Trust Project