La preocupación por la apariencia física y el deseo de modificar aspectos corporales que se perciben como imperfectos han incrementado la demanda de cirugías estéticas a nivel global. Estos procedimientos, más allá de representar una respuesta a necesidades médicas, a menudo evidencian un trasfondo psicológico profundo.Entre el 75 y el 80 % de las personas que buscan una cirugía cosmética presentan, según información de Gaceta UNAM, algún grado de trastorno dismórfico corporal, una condición caracterizada por una percepción distorsionada y preocupante sobre defectos físicos que, para la mayoría, pueden resultar insignificantes.Esta realidad fue abordada por Mariblanca Ramos Rocha, profesora de la Facultad de Medicina de la UNAM, en una conferencia realizada en el marco de la Cátedra Extraordinaria de Bioética. Su exposición permitió observar la complejidad que existe detrás del deseo de modificar con cirugía el cuerpo, ya que suele estar asociada a problemáticas de salud mental, como la depresión o alteraciones en la personalidad.El trastorno dismórfico corporal se manifiesta en una preocupación desproporcionada por imperfecciones físicas como arrugas, acné, cicatrices, manchas, asimetría facial, palidez, enrojecimiento o presencia de vello excesivo. Estas características, consideradas como motivo de malestar severo, impulsan a las personas a buscar soluciones quirúrgicas, aunque para terceros estos detalles pasen desapercibidos.Ramos Rocha explicó que entre quienes presentan el trastorno dismórfico corporal, la frecuencia de problemas como depresión oscila entre el 12 % y el 46 %, mientras que las alteraciones de la personalidad también son frecuentes, con presencia de rasgos limítrofes, paranoides, evitativos, obsesivos y dependientes.La especialista subrayó la importancia de que el personal médico identifique desde la primera consulta las motivaciones reales que llevan a un paciente a solicitar cirugía. Es crucial distinguir entre una molestia física objetiva y un malestar psicológico potenciado por influencias externas, como las redes sociales y su constante exposición a modelos estéticos.Esta distinción resulta fundamental, ya que el grado de insatisfacción de quienes padecen trastorno dismórfico corporal suele ser elevado, y sus expectativas respecto a los resultados quirúrgicos pueden tornarse poco realistas.Asimismo, Ramos Rocha resaltó el papel de la cultura y los valores sociales en la toma de decisiones relacionadas con la cirugía estética. La presión por ajustarse a ciertos estándares de belleza, que varían de acuerdo con la época y el entorno, influye de manera directa en el aumento de este tipo de intervenciones. Señaló que la “occidentalización” de los rasgos físicos se ha replicado en regiones lejanas, como en países asiáticos, donde han aumentado las operaciones para agrandar los ojos.En cuanto a la ética profesional, la profesora subrayó que los cirujanos tienen la responsabilidad de impartir un servicio de calidad, orientando a los pacientes sobre los riesgos y beneficios de la cirugía, así como aclarando expectativas realistas sobre los resultados. En ocasiones, el médico puede negar una intervención si considera que no se justifica en términos de salud física o emocional para el paciente.