opinión

¿Por qué los liberales fracasan en política?

Un espectro recorre la Argentina. Es el espectro del liberalismo. La crítica de izquierda le baja el precio llamándolo neoliberalismo, porque sabe que el liberalismo es un activo ideológico al que no puede renunciar.No es la primera vez que aparece por aquí. Es constitutivo de nuestra organización política. Ante las derivas estatalizantes y corporativas de la historia reciente resurgió a fines de los 80, traído por los fuertes vientos de cambio que soplaban desde el Hemisferio Norte. Entonces fue un asunto de élites intelectuales y políticas, a las que se sumó la astucia adaptativa del peronismo, en su avatar menemista.En esta ocasión, la motivación parece interna y por eso, mucho más genuina. Poco hay en el mundo que presagie un giro ideológico en este sentido. No tiene su origen en las élites. La academia está muy lejos de estas afinidades. La clase política se pone en guardia. Su presencia es mucho más capilar, penetra en sectores sociales insospechados, cansados y tristes de constituir un ejército de mendigos.El liberalismo es la primera ideología política propiamente dicha del pensamiento moderno. Pero no aparece como tal, ex-utero, completamente formada, como si fuera producto de la razón especulativa. Como configuración ideológica tiene su origen inmediato en la formación de la conciencia burguesa. Es un proceso que dura varios siglos, arrancando con el descontento de los prósperos habitantes de las ciudades (artesanos, comerciantes) agobiados por los impuestos que les cobran sus príncipes, las arbitrariedades, su condición de víctimas de saqueos y levas forzosas.Un día de frío un burgués se levantó de su cama y pensó: si tanto nos sacan, también es que dependen de nosotros. Algo podemos hacer con esto, además de quejarnos. Es el momento prepolítico previo a la génesis del liberalismo. La respuesta política fue idear una gobierno de propietarios, de gente que tiene algo que perder. Fue el primer liberalismo. Los liberales nos legaron una serie de invenciones políticas perdurables:- un gobierno representativo, para seguir dedicado cada uno a lo suyo;- un concepto de nación como factor de unidad y legitimidad política;- el Estado moderno, como estructura objetivada del poder;- un sistema jurídico basado en garantías individuales.Los verdaderos maestros constructores del Estado son los liberales. Socialistas, nacionalistas y peronistas recibieron un auto deportivo, lo quisieron convertir en camión, lo sobrecargaron y lo fundieron o lo chocaron. La gran tradición liberal argentina construyó el Estado Nacional, esa creatura cercana a la perfección que asombraba (y preocupaba) al liberal español José Ortega y Gasset en 1929. A diferencia de los estatistas, el liberal no entrega su alma a su creación, mantiene la idea de que es un instrumento, un medio, y como tal debe estar subordinado a fines que no son intrínsecos, sino extrínsecos. En el liberalismo nunca deja de latir la pulsión originaria de la afirmación de la esfera individual contra el poder y los órdenes sociales que imponen conductas y deberes. Por eso Carl Schmitt dijo que no hay un pensamiento político liberal sino una crítica liberal a la política. En contextos de fuerte predominio del Estado, el liberal adopta esta actitud originaria de corte individualista, antiestatal y antipolítica. Es una modalidad que se da en las academias, los medios de comunicación, los círculos de opinión. El liberal se ceba en la generalizada insatisfacción y la antipatía que genera la política y el Estado en contextos ilustrados o productivos de sociedades democráticas. Gana su autoridad con el conocimiento que posee de la economía, de los mecanismos de creación de la riqueza. Durante un tiempo pasea su capacidad dialéctica por ámbitos académicos, las redes sociales, los estudios televisivos, las entrevistas radiofónicas. Se luce, se convence de la superioridad de sus convicciones.Tal superioridad lo lleva a incurrir en el frecuente error que supone pensar que el ideario liberal “es de sentido común”, es decir, universalmente compartido. Dice G. K. Chesterton que es equivocado usar el método de la clínica para cuestiones políticas/sociales: “Averiguar el mal para encontrar la cura”. En política el orden depende de la voluntad de sus integrantes. Cada orden político y social tiene su propio “sentido común”. Ese sentido común puede cambiar, ser dado vuelta como una media, como explicara Antonio Gramsci. Los liberales apelan al concepto de “sentido común” como si fuese un argumento definitivo de respaldo a sus ideas. El sentido común siempre se debe imponer, construir y eventualmente defender de otras concepciones de orden social. El sentido común es un campo de batalla, es parte de la política. Como los liberales desprecian la política no entienden esta dimensión del orden social. El orden liberal (como cualquier otro) no se defiende por sí solo, gracias a las supuestas evidencias sobre sus ventajas. El plano de la política no es idéntico al del conocimiento. Un día el liberal se da cuenta de que se puede pasar la vida ganando discusiones y humillando rivales pero sus ideas no se realizarán nunca. Y por eso decide participar de eso de lo que ha hecho objeto principal de sus críticas y desprecio: la política. El liberal no entiende la política liberal, es decir, representativa y proporcional. Tampoco entiende bien cómo funciona el Estado, que es un invento liberal. Ha realizado una crítica exterior de la política y el Estado. Ahora se propone entrar en ambos. Debe enfrentarse a dos instancias de ese poder, al que le atribuye un influjo perverso y corruptor: cómo conseguirlo y cómo ejercerlo para alcanzar sus propósitos de reforma. Al liberal se le muestran dos formas de llegar al poder.Una es presentarse a las elecciones: someterse a las leyes del mercado electoral. El liberal puede fracasar en esta fase inicial porque no entiende que el voto ideológico o programático es (muy) minoritario y no alcanza para ganar elecciones. No puede renunciar a ninguna clase de voto: emotivo, tradicional, identitario, castigo, egoísta, aspiracional, interesado, etc. Solo así se ganan elecciones. Eso requiere expandir sus estrategias y capacidades comunicativas. Para un liberal racionalista y doctrinario supone apelar a sentimientos y afectos y por tanto incurrir en demagogia, electoralismo y oportunismo. Si no vence ese asco, fracasa. Otra forma de acceder al poder es utilizar un vector. Valerse de una fuerza política o un líder que tenga la suficiente potencia y falta de escrúpulos para conquistar el poder. El vector consolida la cabecera de playa para que el liberal desembarque sin mojarse los pies, para aplicar directamente su programa. Apenas podemos apuntar aquí que Maquiavelo explica en detalle los riesgos de conquistar un principado con las armas de otros. Veamos ahora el problema del ejercicio del poder.Supongamos que el liberal ya lo consiguió. Está a punto de descubrir las entrañas de las dos creaciones más perfectas y sofisticadas del liberalismo: el gobierno representativo y el Estado.Respecto del gobierno representativo descubre la necesidad de la negociación, el acuerdo y también el conflicto. Entiende que su programa de reformas tan bonito y bien pensado depende de su capacidad de negociar y de imponerse en pujas y conflictos. La negociación es con fuerzas opositoras, pero también con sectores internos. Si no lo entiende, fracasa.En su forma plenamente política el liberalismo no es una teoría contra el Estado, es una teoría del Estado. El Estado posee su densidad, su utilidad y su lógica propias. Es un instrumento imprescindible. Y por tanto el liberal no puede dedicarse simplemente a “desarmarlo” o “desmontarlo”. Debe mantenerse en una disposición antiestatista, pero nunca antiestatal. El liberal que no entiende esto repite a Karl Marx cuando decía que con la sociedad sin clases el Estado se disiparía como “sonido y humo”.Las reformas profundas llevan tiempo, si no de decisión y operación directa, sí en la consolidación y obtención de los resultados esperados. Eso demanda una continuidad en el poder, no una intervención puntual y posterior salida. Si no lo entiende fracasa. Más allá de los discursos tribuneros, el liberal no viene a romper el Estado sino a restablecer el equilibrio siempre difícil e inestable entre Estado y sociedad, no solo en su dimensión económica sino de respeto a la libertad individual a los mundos de la vida, de la cultura. Si no entiende esto, fracasará irremediablemente.SEGUIR LEYENDO:Javier Milei: “Si soy presidente va a subir el precio de los antidiarreicos porque estarán todos los políticos cagados”

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